“Tengo 39 años y soy mamá de una niña de siete. Definí esta historia como de amor y maternidad porque involucra ambos aspectos. Mi hija nació en septiembre de 2013, mi posnatal duró hasta marzo de 2014 y de ahí volví al trabajo. Desde entonces, el tiempo que compartía con mi hija se limitaba a las pocas horas que volvía a la casa después de trabajar y a los fines de semana. Fue una decisión pensada. Yo quería volver a trabajar, necesitaba retomar esa vida donde sentía que me desarrollaba en otras áreas también y no sólo como mamá. Pero estando en el trabajo, me fui dando cuenta que la alta demanda de lo laboral me dejaba poquísimo tiempo para estar con Magdalena, mi hija. Y empecé a sufrir por eso, porque me di cuenta de que corría todo el día para tratar de verla lo más posible.
Así pasaron seis años hasta que en noviembre del 2020 me quedé sin trabajo. Una de las primeras cosas que pensé, buscando lo positivo, fue que estaría más tiempo con ella. Sobre todo los últimos años sentí con más intensidad la necesidad de estar más tiempo con ella para acompañarla en todos sus temas. Poder criarla y, a pesar de mi realidad, hacerla ver que estar juntas era lo más importante. Y fue difícil explicarle, porque mis palabras resultaban contradictorias con la historia de nuestras vidas: ¿Cómo le decía a una niña que siempre vio a su mamá trabajar mucho, que el trabajo no es lo más importante? Pero fue ella la que me hizo ver la realidad cuando, en la medida en que fue creciendo, me reclamaba por pasar tanto tiempo fuera.
Desde el momento en que perdí el trabajo y las semanas que vinieron me di cuenta que había dejado a una guagua de seis meses y que hoy me encontraba con una niña de siete años. No es literal, porque obviamente yo he estado en todo su crecimiento, pero ahora lo hago 24/7. Es como si hubiese comenzado un camino de reconocerla; criarla y cuidarla a tiempo completo. Y no digo que no ha sido un desafío, que a ratos es agotador, frustrante y que genera mucha culpa. Pero cuando tenemos momentos de caos trato de no perder mi objetivo; criarla con amor, que es lo que nos merecemos ambas.
Desde entonces comencé a reorganizar mi vida laboral porque no creo que vuelva a trabajar de forma dependiente. Activé mis atenciones en consulta –soy psicóloga– y he comenzado a planificar otras actividades que me generen ingresos y que me permitan mantenerme en casa. Y es que en este tiempo he madurado y valorado mucho poder acompañar a mi hija en su crecimiento. Ha sido todo un trabajo para que ella me pueda reconocer como persona significativa y validar mis opiniones, porque ella estaba más acostumbrada a hacer lo que quería, siempre dentro de un contexto, pero finalmente a conseguir lo que quería. Entonces ha sido una reeducación para ambas, de darme cuenta que solo el título de mamá no basta, hay que validarse con hechos, con compañía.
Le he enseñado que ella es capaz de hacer cosas por sí sola, como vestirse, bañarse, escribir y leer. Antes ella descansaba mucho en los demás. Ahora conversamos mucho y hace unos días tomó la decisión de inscribirse en diferentes talleres en el colegio. Yo la motivé para que conociera cosas nuevas, la acompañé y me preocupé de cada detalle cuando, por ejemplo, el otro día tuvo que preparar una presentación para coro. Y es gratificante ver que con pequeños esfuerzos las niñas y niños avanzan, que con cariño se sienten validados y más autónomos.
Todo esto me llena el corazón, porque se lo he podido enseñar yo, su mamá que ahora no es una mamá de horas, si no que a tiempo completo. Ha sido sin duda algo que le debía y que me debía”.
Mónica Nuñez tiene 39 años y es psicóloga.
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